Todo estaba preparado. La tarde del 25 de agosto de 1948, aproximadamente 700 peregrinos, tras despedirse del Cristo del Milagro y acompañados por la Virgen de Lluch, que por primera vez abandonaba su isla, partían desde el puerto de Mallorca. Miles de jóvenes de Acción Católica Española se ponían en camino a Santiago, a cumplir la promesa hecha al Papa Pío XI: “Caminar Santos a Compostela”.

La despedida fue apoteósica. Mientras los peregrinos cantaban, una muchedumbre ingente aplaudía frenéticamente tras el paso del cortejo. En el muelle, para despedir a los jóvenes, se concentraba la flor y nata de la ciudad. Autoridades y personalidades de todos los poderes fácticos de la sociedad mallorquina aprovechaban para portar a hombros a la Virgen en el corto trayecto que separaba la comitiva del barco.
En cubierta se iba echando la tarde. La bocina de niebla del barco retumbó en el puerto anunciando que comenzaba la gran aventura de aquellos jóvenes. Cientos de banderines ondeaban al viento desde la cubierta mientras la nave zarpaba rumbo a la península. Fue una preciosa noche de verano. La brisa suave del mar mediterráneo esparcía a los cuatro vientos rumores de rezos callados y cantos alegres de los jóvenes peregrinos. Delante del altar de la Virgen Capitana se iban desgranando rosarios y más rosarios. Uno a uno iban pasando todos los Centros de la isla para acompañar a la Señora de Mallorca. Todos, tras los turnos de vigilia, se iban despidiendo de la madre con el “Salve Regina”.

Al amanecer del día 26, los peregrinos atisbaron el puerto de Barcelona. Desde la Iglesia de la Merced, la Virgen del Monte Toro, la menorquina, la Virgen de Montserrat, Señora de Cataluña y la Virgen de Lluch, presidían la primera eucaristía del viaje que celebró Don Sebastián Gayá. Tras ser alimentados por el pan bendito, pasearon por la Ciudad Condal. Les esperaban días muy duros y no querían dejar de disfrutar de las pocas horas que tenían para visitar el zoológico o el edificio de correos y telégrafos.
Al medio día comenzó verdaderamente la segunda etapa. El mismo obispo de Barcelona, Monseñor Modrego y Casaus, desde la Iglesia de la Merced, fue el encargado de despedir al grupo que dos horas más tardes se subían a trece antiguos vagones enganchados a una enorme máquina de vapor camino hacia Madrid.
A primeras horas del alba se fue divisando la Villa del Oso y el Madroño. La noche fue toledana. El humo, la falta de sitio para el descanso y la escasa cena no llegaron a hacer mella en aquellos que tenían como meta un ideal de altura. La estancia en Madrid no pasó de dos largas horas en la Estación de Atocha. Miles de jóvenes de distintas provincias españolas esperaban pacientemente para poder subirse a los camiones que serían los encargados de portar a los jóvenes, camino de Santiago.
La siguiente parada fue San Rafael del Espinar, pueblo Segoviano a las faldas de la sierra de Guadarrama. Kilómetros antes de la llegada al pueblo hubo un percance en uno de los camiones. Un pequeño fuego que, no sin un enorme susto, fue sofocado convenientemente para seguir sin pausa la peregrinación. En San Rafael pudieron, por fin, lavarse un poco, quitarse el tizón del carbón que había escupido el tren y almorzar un rancho frío: Pan tierno de cartilla, huevos duros, chorizo, mermelada y chocolate. A la tarde la comitiva partió hacia su próximo destino en la madrugada: León.

La parada en la ciudad castellana dio para un par de horas de descanso, no más. Los hubo que se echaron en los corredores del seminario, otros no esperaron a encontrar hospicio y durmieron en los mismos camiones, y otros, los que tenían más espíritu heroico, se quedaron de vigilia ante el Sagrario. Dios no podía quedarse solo.
Sin esperar a la amanecida, el convoy volvió a ponerse en marcha. Por fin, los peregrinos cubrirían su última etapa; La juventud de Acción Católica de España, Santiago de Compostela y el apóstol los esperaban con los brazos abiertos. Durante el último trayecto, la gente de la zona, apiadándose de los jóvenes y sabiendo de sus necesidades, les iban lanzando frutas a los camiones para que los jóvenes calmaran la sed y el hambre. A pocos kilómetros de Compostela, en un recodo del camino, uno de los camiones descubiertos que precedía al cortejo, hizo un extraño en la carretera y al instante se escurrió al lado derecho del pavimento dando una vuelta de campana. El camión estaba repleto de peregrinos de la ciudad de Ávila. El convoy paró en seco. Muchos de los jóvenes, que iban en los camiones más cercanos saltaron de sus asientos y corrieron a socorrer a los heridos. A pesar de que se vio mucha sangre, ninguno de ellos tenía heridas graves, por lo que antes de continuar el viaje y tras haber auxiliado como se pudo a los heridos, abulenses y mallorquines rezaron juntos una salve a la Virgen Moreneta que en el camión que les socorrió tenía su trono ambulante. Del hecho terminan diciendo las crónicas: “Con todos los accidentados llegamos a Santiago para curarles sus heridas, y en el poco camino que hicimos juntos, pudimos conocer lo que puede un hombre que cree, y del grado de heroísmo de que son capaces los que han hecho de Dios, razón de su existencia”.

¡Santiago! Por fin, la meta soñada. ¡Ultreia! Desde el Monte del Gozo pudieron divisar las torres de la catedral, doradas por los últimos rayos de un sol purificador. Las emociones se encontraban a flor de piel; los jóvenes se encontraban insomnes, impacientes, sedientos de lo sublime. Estaban a punto de postrarse a los pies del Santo Apóstol. Cruzaron Compostela con la voluntad apasionada de quien quiere encenderse con el fuego del Hijo del Trueno, Santiago. Atravesaron las empedradas avenidas llevando muy en alto, sobre sus hombros, a la Virgen de Lluch que sonreía desde su trono a todos los peregrinos con los que se cruzaban. Estos, asombrados ante tan divina comitiva, dejaban sus quehaceres para admirar la preciosa talla. Muchos se arrodillaban a su paso dando gracias por su intercesión ante los duelos del camino.
Al llegar a la explanada de la Residencia Universitaria comenzaron los actos de la Peregrinación. Miles de jóvenes se agolpaban para escuchar a los Pastores de la Iglesia que desde las escalinatas frontales rezaban y dirigían sus oraciones ante los simbólicos 100.000 peregrinos que esperaban impacientes el espaldarazo de su Santidad el Papa.
Después del gran acto Eucarístico, todos se prepararon para escuchar las palabras del Santo Padre. Los cuerpos estaban cansados y somnolientos, pero todos hicieron un último esfuerzo antes del descanso merecido. Ya en la madrugada se celebró la Santa Misa. Tras esta, reconfortados con el cuerpo de Cristo, los peregrinos se encaminaron a alguna de las iglesias locales que se encontraban abiertas y dispuestas para el descanso de esos cuerpos cansados. La mayoría de los mallorquines pernoctaron en la Catedral, muy cerquita del Apóstol. Algún despistado terminó durmiendo en el zaguán de alguna casa y algunos más listo, aceptaron, de buena gana, la invitación del lecho de la caridad de algunos hijos de Galicia.

Tanto la mañana como el agua de la capital gallega amanecieron heladas ese día. Era la hora del último acto oficial: El pontifical solemne, oficiado por el Cardenal primado de las Españas, Monseñor Plá y Deniél. En el ofertorio, la Juventud de Acción Católica española donó a la Iglesia Compostelana, en recuerdo de la magna peregrinación: la patena y el cáliz. El Presidente Nacional se puso de rodillas e hizo entrega de la ofrenda al Cardenal Legado, diciendo: “ Para memoria perpetua de este solemne momento, ofrendamos a la Santa Iglesia compostelana, esta patena y este cáliz en el ruego, Sr. Cardenal, que ofrezcáis en ellos el pan y el vino, primero, el Cuerpo y la Sangre verdaderos de Cristo Nuestro Señor, después, y con estos nuestra hambre de apóstoles y nuestra sed de mártires. En esta patena se conmemoran las numerosas vocaciones sacerdotales que nuestra juventud ha dado a la Iglesia. En este cáliz, aquellos esforzados jóvenes que el Señor escogió de entre nosotros para que dieran testimonio de su fe…”. El acto concluyó con el himno de la Juventud Española. Tal fue la fuerza del canto que alguien insinuó que el mismo Apóstol se había cuadrado al escucharlo.
Tras unos últimos paseos y unas últimas visitas al Apóstol, comenzó la vuelta a Mallorca. Todos no, el grupo no tuvo más remedio que dejar atrás a uno de los peregrinos aquejado de una apendicitis. En los camiones de vuelta, a la salida de Santiago, solo se escuchaba el rezo del Santo Rosario, mientras algunos curiosos miraban, en la semi-oscuridad del atardecer, las torres de la Basílica que parecían llorar en su último adiós.

El viaje de retorno fue una auténtica meditación. Llevaban millar y medio de kilómetros recorridos casi sin dormir, comiendo mal y padeciendo sed… Era lógico que el cansancio fuese venciendo a la alegría de todo lo vivido. El silencio se rompió cuando la comitiva se paró en Lugo para pasar la noche. Descanso de paja mojada en una de las salas del Seminario. Paja que todos aceptaron sin una queja porque un corazón ardiente puede más que la simple paja.
Era ya 30 de agosto cuando salían casi de madrugada. 3 horas de sueño, que no habían sido suficiente para calmar al cansancio pero que todos aceptaron de buena manera. En la ciudad se tuvo que dejar a otro peregrino aquejado de otitis. Gracias a Dios, los enfermos, tras pasar por manos expertas, fueron enviados a Madrid, donde esperaron a la caravana para reanudar la marcha juntos. Tras parar en León y visitar velozmente la Catedral y la Iglesia de San Isidoro, el grupo volvió a partir camino de Valladolid, donde se hizo la última parada antes de recorrer los últimos kilómetros hasta llegar a Madrid a altas horas de la madrugada. A los oídos de los peregrinos mallorquines llegaron noticias de un accidente con víctimas de algún grupo de peregrinos de otra Diócesis que volvían de la peregrinación. De las oraciones por los involucrados en tan desgraciado accidente solo los liberó el cansancio. El camión los despertó a todos a su llegada a Madrid en mitad de la madrugada y por fin fueron recibidos por una cama de verdad. A pesar de eso, algunos durmieron en el suelo.
Dos días libres en Madrid. Visitas y más visitas… El Museo del Prado, el Palacio de Oriente, la Puerta del Sol, el parque del Retiro, el Monasterio de El Escorial… El metro, todos querían darse una vuelta en el metro de Madrid. Fueron dos días intensos que no les hizo olvidar su condición de peregrinos.
El 1 de septiembre, a media tarde, la residencia de los Padres Salesianos era un hervidero. Aquella que había acogido durante esos días a los peregrinos en su estancia en Madrid, bullía viendo a estos correr a toda prisa, preparando maletas y mochilas, revisando equipaje para no dejar ningún recuerdo atrás. La comitiva comenzó de nuevo su peregrinación de vuelta. Los jóvenes, camino de Atocha, portaban a la virgen en andas. Los transeúntes madrileños se paraban admirados ante aquel cortejo de jóvenes que, orgullosos, rezaban en su camino el Santo Rosario, dándole gracias a la virgen por todos los favores que les había brindado en el camino.
El tren se puso nuevamente en marcha. Algún jefazo de la R.E.N.F.E. se había apiadado de los peregrinos y los vagones elegidos eran bastante mejores que los de la ida. La cercanía del final hizo que la alegría y el buen humor de los jóvenes marcasen gran parte del viaje hacia tierras catalanas. A la hora de la cena, tuvieron el último percance; faltaban panes para dar de comer a todos. D. Sebastián, acompañado por Eduardo Bonnín, presidente del Consejo Diocesano de Jóvenes de Acción Católica, fueron pasando, vagón por vagón, apelando a la caridad y al sacrificio. Al final sobraron panes y alguno repitió aquello de: “Frater qui adjuvatur a frater, quasi civitas firma”; El hermano ayudado por su hermano, es tan fuerte como una ciudad amurallada.

La comitiva se desperezó en sus vagones cuando, por primera vez, se observaba en la lontananza el mar mediterráneo. Los corazones saltaron de gozo, colmando en el salobre toda la añoranza de la tierra mallorquina. El día en la capital catalana sirvió exclusivamente para descansar y colmar el alma con una preciosa eucaristía en Santa María del Mar. No pudieron hacer mucho ese día. Descansar, comprar los últimos recuerdos y poco más. El barco que los trasportaba hacia la isla les prestaba su último servicio a ultima hora de la tarde. El pasaje al completo, tras ponerse cómodo, fue pasando en algún momento de la noche, a postrarse delante del altar de la Señora de Lluch. Un altar que se había habilitado en el barco expresamente para ella. Las oraciones se sucedieron durante toda la noche. Los peregrinos se restaban horas de sueño para descansar un rato en los regazo de la Virgen. La noche fue terminando y allí seguían los jóvenes; la Moreneta nunca se quedó sola.
Las primeras claridades de la aurora iluminaron Mallorca. Por fin en casa, volvían santos los apóstoles peregrinos de Compostela. El recibimiento fue increíble. En muy pocas ocasiones se había visto a tanta gente esperando en el muelle. Por encima de los gritos y aplausos sobresalía el sonido del repique de campanas de las iglesias de Palma que saludaban a sus heroicos jóvenes. El grupo, antes de desembarcar, entonó el “Te Deum”. “Gracias te damos Señor, porque has hecho posible esta concentración de apóstoles; haz que las promesas no sean vanas; facilítanos esta otra concentración de santos que hemos proyectado en la tierra para llevarla al cielo”.
Una banda de música tocaba triunfalmente cuando la Capitana bajó de su trono flotante. La madre de la diócesis mallorquina ya estaba en casa. Al frente de la comitiva de recepción se encontraba D. Juan Hervás. El obispo recibía emocionado a sus hijos a la espera de escuchar de D. Sebastián el reporte de lo vivido. Abrirse paso entre la marea de personas que se agolpaban allí fue un último milagro. La procesión de peregrinos avanzó lentamente hacia la Plaza de Cort. El alcalde, D. Juan Coll Fuster, los esperaba a las puertas de la Casa Consistorial, para darles la bienvenida. El público presente esperaba ansioso el testimonio de alguno de los peregrinos para saborear un poco lo vivido en tan magna aventura. Y así fue. La voz de D. Sebastián, desde el balcón del ayuntamiento, resonó por encima de toda la multitud: “Fuimos a Santiago 700 peregrinos. Volvemos 700 apóstoles para iniciar la marcha de conquista sobre la juventud”. Así terminaba la peregrinación; rogando que todo lo vivido calase hondo en la juventud conquistadora. Siempre unidos en la férrea voluntad de hacer de Mallorca, tal como les pidió el obispo, la verdadera isla de los Santos.

Peregrinos: Desde Santiago, santos y apóstoles.
Excelente y motivador relato para quienes deseamos conocer más los comienzos del MCC
Quiera Dios que el encuentro de jóvenes en Portugal,, sea fructífero, tanto o más que el de estos jóvenes cursillistas!
Que grande señor es tu poder. Que por medio de nuestra santísima Madre la virgen de Llunn. Que es La virgen Maria se halla echo este gran milagro Maravilloso.y que dio frutos de Santidad. En aquellos tiempos y que quedó marcado en este día 25 de agosto por siempre en verdad estos jóvenes tenían una fe ardorosa y debemos tener precentes, la fe mueve montana pues doy gracias a Dios por este gran milagro de amor y fe a nuestro Dios pues sigamos orando. no cansarnos siempre Dios es Maravilloso y bueno.
Felicito a todos que hicieron posible este recorrido tan legano, y que hoy ya descanza, tal ves algunos. Gozando de Diós y los siguen como tanbien a nuestro cursillistas Eduardo Bonilla.
Me despido de ustedes hermanos Diós los guarde y bendiga por siempre amén,