
El pasado mes de Junio, del 18 al 20, se celebró en la Archidiocesis de Mérida–Badajoz, el cursillo 273. Un cursillo muy deseado por toda la comunidad, debido a los numerosos contratiempos por los que ha pasado. Programado para pocos días después de que se anunciara el confinamiento por la pandemia, se ha pospuesto en diferentes ocasiones por el mismo motivo hasta que se nos ha permitido celebrarlo con todas las garantías, por las autoridades sanitarias. Por tanto este cursillo, tras 18 meses de precursillo, ha sido llamado a hacer historia en el movimiento por ser el cursillo con el precursillo más largo que hemos tenido en esta diócesis. Un cursillo, el de la pandemia, que ha tenido contratiempos justo hasta el inicio del mismo. Pero el Espíritu Santo tomó su lugar como corresponde y se dio el pistoletazo de salida.
Ciertamente era una aspiración de todo el movimiento diocesano y de la comunidad en general, poder celebrar y clausurar el cursillo 273. El “Deseado de Dios” como algunas personas lo han calificado. El “cursillo de las PCR” o el “cursillo de la distancia cercana” como han dicho otras, debido a las contundentes medidas de distancia social y de seguridad que se han impuesto en todo momento y lugar para poder celebrarlo. Medidas como test de antígenos a la entrada del mismo, toma de temperatura todas las mañanas, mascarillas FFp2 o quirúrgicas obligatorias que se han cambiado dos veces al día, y que tanto cursillistas como equipo de servicio han llevado en todo el recinto y en todo momento. Limpieza y desinfección de sillas, atriles, guitarras, cancioneros, libros, guías del peregrino y utensilios para trabajar. El gel hidroalcohólico se ha derramado a borbotones como la Gracia de Dios. Distancia social obligada en la sala de rollos, en la capilla, comedor y pasillos. Eucaristías con medidas especiales y todo un larguísimo etcétera que nos exigía el protocolo sanitario de obligado cumplimiento, llevado impecablemente por parte de la coordinación y la delegada sanitaria del mismo. Ha sido todo un reto vivir así este momento de comunión, pero como no podía ser de otra forma, el Señor lo tenía todo previsto para este 273, que ha dado positivo en Cristo.
A juzgar por las caras de los instrumentos del Señor que ha sido el equipo de servicio y de las cara de los cursillistas, los protagonistas, los mimados, los acariciados, los elegidos, los deseados de Dios para el 273, con nombres y apellidos, ha sido “un peazo cursillo” como solemos decir. A pesar de no poderse abrazar, de no poder verse sus sonrisas por estar enmascaradas, de no poder cogerse unos con otros las manos para pasar a la otra orilla, en este cursillo como en cualquier otro, no ha faltado absolutamente de nada. Las circunstancias han obligado. El virus lo ha puesto difícil, pero el amor de Dios es poderosísimo y supo abrir las ventanas del alma para dar testimonio lo que allí estaba ocurriendo. Los ojos, sin alzar la voz lo más mínimo, han hablado alto y claro de lo que es capaz de hacer ese amor que nos tiene Dios en cada uno de nosotros, convirtiéndonos en personas nuevas. No hay mejor testigo que unos ojos luminosos y agradecidos. Y ellos fueron los que testimoniaron por encima de mascarillas y distancia social.
Algunos cursillistas dijeron en la clausura, respecto a los momentos vividos en el cursillo: “ha sido una convulsión en mi vida”, “yo vine buscándolo y resulta que era Él quien me buscaba a mí”, “no soy capaz de explicar lo que ha pasado en estos tres días”, “vine esperando que me hablara y me ha hablado, alto y claro”, “no podía imaginar que esto pudiera ser así, a pesar de haber convivido con cursillistas toda mi vida”. Para muestra un botón. Estas fueron algunas de las perlas que nos dejaron los testimonios de los cursillistas. Perlas que los asistentes a la clausura guardaremos como oro en paño para seguir animándonos en el camino. Para ir juntos siempre más allá.
Después de que testimoniaran los veteranos. Después de que consiliario, coordinación, equipo de servicio nos dirigieran unas palabras, con la intervención del presidente, solo nos quedaron por escuchar la voz de nuestro pastor, el Arzobispo de la Diócesis, Don Celso Morga, que no quiso perder la oportunidad de “agradecer a todos los cursillistas del movimiento el valiosísimo trabajo que hacen en pro de la Iglesia Diocesana”. Y Don Celso, al que agradecimos su apoyo con su asistencia a la clausura, pronunció las palabras tan ansiadas. “Queda clausurado el cursillo 273 y se abre el precursillo 274.-
Esta fue la clausura que la podemos resumir en dos pequeñas pero contundentes frases: ¡POR FIN, 273! Y ¡AHORA, 274!
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