Desde el 14 de marzo la vida nos ha cambiado y Dios ha querido fortalecernos y acercarnos más a su infinito amor, así lo ha experimentado Gema de la Diócesis de Orihuela-Alicante.

Soy Gema Espinosa Ibáñez, pertenezco a la Diócesis de Orihuela-Alicante, tengo 22 años, soy técnico de laboratorio aunque actualmente me preparo para las oposiciones y mientras tanto me ocupo de unos niños, que son los que día a día me motivan.
Hice mi cursillo hace ahora 4 años. Fue un antes y un después, yo fui porque se me metió en la cabeza la idea de que tenía que confirmarme, pero andaba un poco perdida y el sacerdote de mi parroquia en aquel momento, Don Efrem, me invitó a hacer unos cursillos que me servirían para confirmarme y que me ayudarían a llegar muy lejos. Eso es lo que Él me dijo, y qué razón tuvo, esos tres días me llevaron a conocer lo que la Iglesia escondía y yo todavía no había descubierto. Me ayudó a conocer profundamente a Cristo, que está presente, que está conmigo y que todo lo ha pensado por mí. Me hizo ver la vida de otra manera y me enseñó que tengo mucho que cambiar pero que con su misericordia estoy salvada.
A día de hoy formo parte del Movimiento de Cursillos de Cristiandad en mi diócesis, donde tengo una verdadera comunidad. Además también ayudo en mi parroquia, en la pastoral juvenil de mi ciudad y en la junta mayor de cofradías y hermandades, es decir, intento estar al servicio de la comunidad cuando se me necesita.
El confinamiento ha sido difícil pero más para unos que para otros. En mi caso, gracias a Dios, no ha habido casos de virus cercano por lo que podemos agradecer estar todos bien. He estado en casa con mis padres, mi padre salía a trabajar y el mayor tiempo lo pasábamos mi madre y yo juntas, saliendo los viernes a comprar y a la farmacia para ayudar también a mi abuela que vive sola. Ha sido difícil sobre todo cuando llegó el tiempo de Semana Santa y Pascua. En mi casa nos gusta mucho la Semana Santa, todos los días, a parte de los oficios, vamos a las procesiones y participamos de ellas. Por esto puede que se me haya hecho más difícil, pero, el Señor todo lo puede, asi que cada vez que llegaba la hora de ir a Misa o era el momento de asistir a la parroquia para os oficios, encendía mi ordenador, una vela y ahí sola o en familia intentaba cumplir con lo que tocaba y que me llenaba de vida para el resto del día, porque ha sido una Semana Santa distinta pero muy “profunda” por así decirlo.
Otra parte difícil del confinamiento ha sido no poder ver a mi novio, pues cada uno somos de un pueblo distinto. Aquí he visto muy presente a Dios en cada momento, porque la debilidad ha sido fuerte. Nos ha costado porque vivir la relación por redes sociales y encima con todo el sufrimiento que había en el mundo ha sido difícil, pero, rezando por videollamadas, por teléfono o viendo la Eucaristía a la vez que nos llamábamos ha hecho que todo sea más fácil y que casualidad que cada momento en el que más felices nos sentíamos ha sido teniendo a Dios presente.
Creo que esta pandemia nos ha quitado y dado a todos, pero a mi personalmente me ha enseñado a desprenderme de la pereza, a ser más buena con todo el que lo necesita, ser menos egoísta y dar todo lo que tenga si lo necesita otro que sufre más. También me ha enseñado a poner el hombro y ayudar, a aprender más sobre redes sociales y a darme cuenta que ir los domingos a misa no es solo cuestión de rutina sino que lo necesito, pues cuando nos dejaron acudir a las iglesias y pude ver el sagrario y comulgar, me di cuenta de que Dios existe.
“El que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para El Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.” (Ga 6, 8)

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