
En este comentario de lo vivido en el Cursillo de Renovación celebrado en la casa de Convivencias del Seminario de Logroño los días 21 y 22 de octubre, no voy a decir nada diferente de lo que ya expresé en el acto de clausura.
A este Cursillo de Renovación, coordinado por la Escuela de Córdoba a la que agradecemos de corazón el enorme esfuerzo y gran trabajo que ha realizado para acompañarnos; fuimos convocados por el Espíritu Santo, como hermanos y hermanas en Cristo, llamados a un encuentro personal con Dios, en la mirada de otros peregrinos.
Unos necesitando hacer un alto en el camino; otros renovar la amistad con Dios, o tal vez para recordar lo esencial del ser cristiano, según la situación personal de cada uno; con oración, con meditación y dando testimonio de lo vivido, en ocasiones, de lo sufrido a lo largo de la vida con la ayuda del Espíritu de Dios.
Cristianos y cristianas de todas las edades llegados de Cantabria, Burgos, Pamplona y Bilbao, pero también de Colombia, Italia, Ecuador, Irlanda o Nicaragua hemos renovado nuestro compromiso con Dios y con la Iglesia.
Recordando a San Pablo, distintos sabores y un mismo Espíritu, diferentes acentos y una misma Iglesia. Bendita diversidad, reflejo de una Iglesia peregrina que acoge y nos enriquece como comunidad. Iglesia, que, en palabras del Papa Francisco, nos recuerda que, como bautizados, estamos llamados a ser apóstoles misioneros, testigos vivos del amor de Dios recibido.
Ayudados por la oración y las meditaciones, en ese “Encuentro”, en el “Seguimiento” o “Ser Iglesia” que nos llevó en volandas, de la mano del sacerdote, a una visión actual de los Sacramentos, fortalezas de la fe, signos de la realidad de Dios. Llenos nuestros corazones con la presencia del Espíritu Santo celebramos la Eucaristía en amistad con Dios.
Y así me sentí, renovado en la amistad con Dios y con los hermanos y hermanas. Tal vez alguien pregunte y, ¿cómo lo sabes? Para entenderlo hay que vivirlo ¿acaso, no ardían nuestros corazones?
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